Desde tiempos prehispánicos, el volcán Xinantécatl se ha convertido en un territorio ideal para el encuentro con la vida, la naturaleza y lo divino, para los pueblos originarios del Valle de Toluca, así lo destaca el Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas del Estado de México (CEDIPIEM).
Su nombre es referido dentro del Códice Xólotl, una pictografía de la época 1542-1546 d.C., en donde se le presenta como un cerro con nueve puntos denominado Chicnauhtécatl, de ahí que una primera traducción náhuatl de su significado sea “el de los nueve cerros”.
Este nombre náhuatl de la montaña tiene que ver con la interpretación del cosmos para los pueblos originarios, ya que para los antiguos pobladores del Valle de Toluca, el inframundo constaba de nueve lugares o niveles y estaba regido por Tláloc, Dios del agua.
De este mundo provenía la lluvia y la fertilidad de la tierra para la agricultura, pero también las tormentas de granizo capaces de destruir las cosechas. El inframundo, el lugar al que descendían las almas de los muertos, quienes, después de pasar por nueve lugares de difícil tránsito, podían por fin llegar al Mictlan.
Curiosamente uno de esos lugares que tenía que sortear el alma de los muertos era el río Chicnahuapan (en náhuatl: nueve aguas o nueve manantiales), tal como se le denominaba al Río Lerma, que nace al oriente del Nevado de Toluca.
De acuerdo con varios estudios, el Chicnauhtécatl, «el habitante de los nueve», sería entonces uno de los nombres del Dios Tláloc personificado del Nevado Toluca, así como sucedía con otras montañas de México, como es el caso del Popocatépetl.
El topónimo oficial Xinantécatl se registra desde 1854 en la Estadística del Departamento de México, incluida en los Anales del Ministerio de Fomento, y proviene del matlazinco Tzinantécalelly y del náhuatl Xinantécatl, que significa, en ambos casos, “hombre desnudo”.
Según la información oficial del CEDIPIEM, para los primeros pobladores de esta región, el volcán fue sido utilizado como el lugar ideal para realizar diversas ceremonias y pedir buenas cosechas, cuyos vestigios se han encontrado en las lagunas del Sol y de la Luna que se encuentran en el cráter de la montaña.
Realizaban ofrendas consistentes en conos y esferas de copal, artefactos ceremoniales de madera, púas de maguey, puntas de proyectil de obsidiana, vasijas y objetos de cestería, entre otros.
Dichas ceremonias han sobrevivido al paso del tiempo y hoy, con un sincretismo religioso, producto de la conquista y la fe católica, siguen presentes en algunos de los pueblos originarios que han cambiado los dioses por santos.
Sin embargo, siguen asociando la cosmovisión de la montaña con lo divino, porque a través de ella brota el agua necesaria para la vida y el ciclo agrícola de las comunidades; no es de extrañar que en otomí, por ejemplo, su nombre “Tastobo”, sea traducido como “montaña blanca”, de tasi, blanco, y tobo, montaña.
Desde entonces, como hasta ahora, los habitantes de los pueblos originarios del Valle de Toluca y sus alrededores siguen observando en el Xinantécatl un lugar lleno de belleza, digno de ser admirado, pero sobre todo, como un recordatorio del encuentro del hombre con la naturaleza y la importancia que ésta tiene para seguir ofreciendo vida.