“Sueños ridículos, son aquellos que sobrepasan tu realidad”
-José Manuel Carmona-
En la localidad donde se encontraba su pequeño hogar, se empleaban espectáculos con grandes luces, un majestuoso destello, la retumbante explosión que hace vibrar la tierra y un mágico brillo, tan resplandeciente que es imposible no mostrar los dientes al mirar tan bello suceso.
Los pobladores hacen sus vidas, unos comerciantes, otros se dedican a la ingeniería, pero principalmente, la mayoría de la población ocupa su lugar en el arte de la pirotecnia. Así fue como un día después de abandonar la escuela, pasó por la mente de Amadeo: “Aquí es donde se fabrica en masas y todo el mundo los usa, debe ser un buen negocio”.
Sin dudarlo, a la semana siguiente comenzó a trabajar en uno de estos establecimientos y efectivamente las ganancias eran inmensas, claro para los dueños del local. Realmente no le fue difícil conseguir un puesto dentro de aquel “empleo” ya que no se necesitaba el estudio como tal, para los dueños del local bastaba con ser útil con las manos y por supuesto ganas de trabajar. Amadeo se encargaba de elaborar los productos pequeños, apenas estaba aprendiendo cómo hacerlos para después encargarse de aquellos más grandes. La paga era un poco mísera, pero realmente disfrutaba cada centavo ganado con su esfuerzo.
Sus primeros sueldos fueron principalmente para sí mismo y para su madre, debido a que también quería ayudar, aportando dinero a la casa. Muy poco a poco empezó a comprar y abastecerse de todo el material requerido para continuar con sus pinturas, dibujos, retratos etc.
Pasadas aproximadamente 5 semanas, por fin consiguió comprar cada uno de los lápices, desde el del trazo más tenue y fino, hasta el lápiz con el grosor más grande y obscuro, lienzos y tablas, todas de tamaños diferentes, colores disueltos en aceite y agua, etc.
Su idea era empezar a exhibir sus obras de Arte, venderlas y crecer como artista. Una vez hecho lo anterior, él sería famoso, reconocido y el dinero abundaría, pero mejor aún, usar su Arte para trascender, eso de marcar un antes y un después en la historia de la humanidad, lo atraía con pasión.
Amadeo, además de pintar en su habitación, también solía pasear de madrugada con un cuaderno en mano por si veía o se le ocurría algo que bocetar. En otras ocasiones salía con latas de aerosol y salpicaba todo a su paso. Él “grafiteaba” desde muros de un tamaño colosal tales como la parte trasera de una fábrica de madera cerca de su trabajo, hasta las paredes desgastadas de un viejo almacén de juegos pirotécnicos, lugar donde pasaba la mitad de su día trabajando.
Había hecho tantas obras de Arte en todo su vecindario, tantas que mucha gente lo conocía como el artista detrás de dichas obras, eran pocas las personas que se quejaban por lo que Amadeo plasmaba en sus propiedades, pues a la mayoría les parecía algo agradable.
Lo que caracterizaba principalmente a las creaciones de Amadeo era que, a simple vista, se veía un hermoso color verde, lleno de vida y con mucha expresión, pero en un rincón del mural había pequeñas siluetas de personajes que de alguna manera mostraban sufrimiento, desesperación y tortura. Muy pocas personas se percataban de dichas siluetas atormentadas porque se limitaban a contemplar el resto del mural ignorando a éstas por completo.
Pronto, la localidad de Amadeo comenzó a ser reconocida por dichas obras de Arte, ya que estaban en todas partes. Llegaron al punto en el que, incluso gente de fuera, llegaban a mirar y fotografiar las creaciones de Amadeo. A ésta altura, no había mayor satisfacción para él, que observar como su Arte afectaba de manera positiva en tantas personas.
Sin duda las pinturas de Amadeo brillaban con mucho esplendor y con más fuerza que antes, su madre al entrar a su habitación decía que era como entrar a un museo, ya que todo objeto y cuadro pintado destacaba.
José Manuel Carmona Palmas. Dibujo: José Manuel Carmona Palmas, con la colaboración de César Antonio Martínez de Sena.
