Por: Axel Uriel Castro Martínez
Agradezco mucho a las personas que leyeron mi primera publicación. Gracias a ello, ¡me fue posible escribir otro artículo!
Sinceramente me siento un poco culpable por el título de esta opinión, pues su naturaleza crítica es más dura de lo que estoy acostumbrado a escribir. Decidí hace poco volver a la colección del Museo de Jumex en la ciudad de México, en búsqueda de nuevas obras que pudieran captar mi interés. La calidad de la colección no me decepcionó naturalmente; es por esto que me duele un poco ser tan deliberadamente inquisitivo con la cabeza de este artículo, aún así tengo motivos por los cuales la elegí así.
Desde que tengo memoria, me han inculcado que el arte más bello y puro es aquel que entra en el territorio pictórico, de la escultura y el grabado, entre los grandes autores como Miguel Ángel, Francisco de Goya, Picasso, etc. Y es verdad que estos grandes maestros son dignos de toda la fama y el reconocimiento que se les atribuye hoy en día. Pero de igual forma, hay muchas otras disciplinas artísticas en las que la expresión creativa puede tomar forma y convertirse en algo igual de bello que las obras de los más grandes maestros de la pintura.
Este es el caso de las instalaciones artísticas de esculturas, lugar donde Franz Velt, el peculiar oriundo de Viena, se siente muy en casa, resaltando por sus composiciones coloridas llenas de vida y que hablan de temas abstractos. Desde mi punto de vista, muchas de las obras artísticas contemporáneas tienen una naturaleza ampliamente cuestionable. Es por ello que para este artículo, me propuse cambiar un poco las cosas y desafiar mis propios prejuicios.
Así, dando un paseo por la Colección Jumex, me topé con una escultura que captura el ojo del espectador de una forma sencilla y eficiente. Una descripción simple para una obra simple, su composición es básica, demasiado obvia, pero a la vez intrigante. Al igual que la obra de Ugo Rondinone, la cual analicé en el artículo anterior; el título de la escultura-o más bien la falta de éste-, un impactante “Sin título”; hace cuestionar al espectador sobre las intenciones que tenía el autor para su trabajo. Pero como tal, considero que el factor que más llamó mi atención fue la forma intrigante de la escultura.
Recuerda mucho a un pincel cubierto con pintura, a media acción de realizar un trazo, fluyendo libremente con una naturalidad espectacular y bella, casi como si fuera real. En contraste con esto, los componentes de la escultura son burdos visualmente, casi como si fueran basura. En ello puedo ver una crítica al arte contemporáneo: la calidad y esencia de los medios artísticos actuales están en decadencia. Claro que la interpretación de esto es otra cosa, pues se basa profundamente en la naturaleza de cada individuo
En lo personal, puedo ver cómo la línea entre lo que es arte y lo que no, se vuelve cada vez más y más borrosa, por lo que se dificulta mucho, en estos tiempos trascendentales, diferenciar entre lo verdaderamente artístico, y lo simplemente inusual. Esta obra representa esa misma trascendencia; elaborada con objetos comunes y corrientes, algo bella y diferente, que se asimila a la herramienta más básica del artista, al punto de dar vida a su objetivo y de seguir la pasión del artista.
Pero entonces volvemos a la duda; ¿La escultura es un desperdicio, o no? Verdaderamente, esto es algo que cada uno deberá juzgar por sí mismo. El hecho de que una obra se valga de criticar el status quo, y por ende sea de naturaleza más arbitraria que apasionada por el medio de expresión para la que fue creada, no demerita la creatividad de su origen, ni resta valor a su existencia como arte. En lo personal, “Sin Título” es una maravillosa creación cuya habilidad para hacer reflexionar al espectador sobre la naturaleza cambiante del arte, brilla desde el primer momento en que se mira.