diciembre 23, 2024

¿Quién le dio a este hijo de puta una tarjeta verde?

 

Por Luis Macías

Si uno espera lo suficiente, en alguna de las paradas de autobús en algún punto solitario, árido y caluroso del sur del Estado de México, verá pasar un camión de pasajeros que en su indicador de destino dice: Houston. Se trata de una imagen surreal e hiperrealista al mismo tiempo.

 

No es la única ruta migratoria. Hay decenas, quizás cientos de ellas, tatuando sobre la piel del país el grabado de la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades. 

Vienen desde los pequeños pueblos campesinos cercanos a Tegucigalpa, de San Salvador, de Guatemala… Van desde Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Jalisco, San Luis Potosí… etcétera. 

El flujo migratorio es como el de una herida que no puede cerrarse y nos desangra. Así, todos los días, las semanas, los años. 

La economía estadounidense, adicta al trabajo esclavo de los emigrantes, afloja y endurece sus políticas migratorias según sus intereses. 

Lo que no cambia es el racismo. La infame discriminación. El rechazo que hace que los desplazados sociales sean, en la mayoría de los casos, condenados a vivir en guetos étnicos. 

Ni siquiera es debatible la contribución significativa de la mano de obra de la población emigrada. Es central en el paso de la economía estadounidense. 

Tampoco la responsabilidad histórica que tiene ese país respecto de estos desplazamientos ni la que tienen en primera instancia los gobiernos de México y Centroamérica respecto de la expulsión de sus ciudadanos, a quienes se obliga a ser trabajadores en la ilegalidad clandestina. 

Estados Unidos se prepara para construir muros más altos en su frontera con México, con mayor vigilancia y armas. También para destruir las iniciativas que tiendan a otorgar derechos básicos para la población que ya radica en ese país, incluyendo a los “dreamers”, y también se alista para establecer una política mucho más restrictiva en materia migratoria con base legal. 

Todo esto, a contracorriente con la historia de Estado Unidos, país que se construyó con la mano de los emigrantes europeos, africanos esclavizados, asiáticos y de pequeñas comunidades de prácticamente todo el mundo. 

Y ni México ni los gobiernos del sur, parecen tener herramientas suficientes para lograr que el campesino permanezca en su campo, con oportunidad de vivir con dignidad y mirar con esperanza. 

Durante la 87 entrega de los premios Oscar, se conmemoró hasta las lágrimas la lucha por los derechos civiles que encabezó Luther King; también se demandó igualdad en los derechos laborales entre las actrices y los actores; también se llamó a la conciencia sobre el valor de los rescatistas voluntarios y los veteranos de guerra. 

Y justo cuando comenzaba a bajarse la cortina, en el momento en el que Sean Penn anunciaba la mejor película del año, soltaba en broma y homenaje al director mexicano Alejandro González Iñárritu: ¿Quién le dio a este hijo de puta una tarjeta verde?

Después de largos años de insistencia, Iñárritu había logrado la estatuilla. Mejor Guión, Mejor Director y Mejor Película con su cinta “Birdman”. Y allí, volando alto, decía:

“Quiero tomarme un segundo para dedicar este premio a mis compañeros mexicanos: los que viven en México, ruego porque podamos encontrar y construir el gobierno que merecemos, y a aquellos que vivimos en este país, quienes somos parte de la última generación de inmigrantes en este país, espero que podamos ser tratados con la misma dignidad y respeto que aquellos que llegaron antes y construyeron esta increíble nación de inmigrantes”.

Y así, frente al suceso social y las conciencias que nos alcanza directamente, cabe hacernos la misma pregunta y obtener la misma respuesta, que expresara Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963 frente al monumento a Abraham Lincoln en Washington, DC. 

“Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, ¿Cuándo quedarán satisfechos?”: 

“Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades”. 

“No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande”. 

“Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar”. 

“No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.

 

         

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