Por: Nicolás Gochy
Muchas lunas han pasado desde su partida, algunas heridas duelen mucho todavía, alguna más han intentado sanar pero no pueden, la ausencia sigue doliendo aunque ya no con tanta fuerza como antes.
Madres, padres, hermanos, tíos, abuelos, esposas, esposos, hijos incluso están ahí, en cada una de las fosas que esta noche, miles y miles de mexiquenses han arreglado, han vestido de gala, y las han iluminado como una ofrenda a sus muertos y un símbolo de que aún están vivos y hoy más que nunca.
Copal, veladoras, flores, muchas flores, la comida que al difunto más agradaba, todo eso ha sido transportado hasta su última morada, esa que hoy tendrá que compartir con los que en vida lo quisieron, con los que aún sufren su partida y con aquellos que incluso ni siquiera conocieron pero que saben que por ellos están ahí.
La noches es larga, pero solo es una noche y como quiera se soporta, el frio comienza a calar hasta los huesos, este año más que otros, el frio se siente y se siente “sabroso”.
Niños que hace unas horas corrían entre las tumbas, a estas horas de la noche han comenzado a descansar en los brazos de su madre, ancianos que parecen dormir pero que no lo hacen, están, o parecen estar, más conectados que nunca con la muerte, esa que se acerca poco a poco a su persona, pero que por este año simplemente “se la pela”.
Conforme avanza más la noche, la tristeza se va enraizando más y más (bendito tequila, para eso y más sirve) luego de un par de botellas que los deudos han brindado con su difunto una y otra vez, las canciones del mariachi, del norteño, del trio las canciones que mas le gustaban al difunto pasan a rasgar las vestiduras de los presentes, el “amor eterno” se siete como nunca… y duele como siempre
La noche sigue avanzando, el frío parece ya calar menos, o por lo menos ya no vale mucho la pena quejarse. Las madres o mujeres de la casa comienzan a servir poco a poco la cena, esa que vinieron a hacer con los difuntos, el camposanto entonces se conjuga en una mezcla muy rara pero muy especial de olores.
El olor del incienso da paso ahora a los romeritos, a los elotes asados, a los tamales, esos que le gustaban a la abuela, algunos más llevan algunos buñuelos, todo ello aderezado con el olor del tequila o mezcal, eso nunca ha podido faltar, no se antoja una noche de muertos sin eso.
Así transcurre la noche, poco a poco, el cansancio o la borrachera ira diezmando las fuerzas, poco a poco cada uno de los que hoy adoran a sus muertos irán durmiendo a su lado solo para despertar a los albores del día y esperar a que trascurran 365 días más para volver a estar con los difuntos, Dios quiera que solo como visitantes.
Porque al final, como decía Benedetti, “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.