María Izquierdo cuenta 59 años en su vida, solo recuerda que estaba muy chiquita cuando su mamá le enseño la tradición de la familia de tejer la palma, a pleno rayo de sol, sentada en el patio de su humilde vivienda, rodeada de otras tejedoras, la mujer de origen otomí narra, no sin cierta tristeza el futuro que se antoja para este ancestral arte popular.
“Las niñas ya no quieren aprender a tejer la palma, ahora todas estudian, quieren salir a la ciudad a trabajar de sus carreras, ya nadie quiere aprender”.
¿Desaparecerá esta tradición? Se le pregunta a la mujer.
“Pues ya nadie quiere trabajarla y ahora ya casi no se vende, las están buscando (las palmas) cada día menos”.
Y la verdad es que la desilusión toca cada día más fuerte a las puertas de estas tejedoras de sueños y palmas, una cruz, que les puede significar varias horas de labor, se cotiza, muy bien pagada, en solo 10 pesos.
Pero además, la burocracia, esa rémora gubernamental, cada día les hacer más difícil el poder mercar sus productos.
“En la ciudad (Toluca) no nos dejan ponernos a pesar de que es artesanía, nos quitan de todos lados”, por eso mejor se van a la ciudad de México, allá pagan un poquito más y sobre todo no los molesta la autoridad como si fueran los peores delincuentes de este país.
Ante ese panorama, ellas, las que tejen el producto saben que una vez que se dé el relevo generacional, la tradición de las tejedoras de palma de San Cristóbal Huichochitlan solo quedará en los libros, las notas periodísticas y las gráficas en exposiciones.