diciembre 22, 2024

Gerona, crónicas del disimulo

 

Abraham Martínez

1. El disfraz sobre la mujer

El sol ya avanza entre los edificios, invierno de luz amarillenta, sereno y escarcha. La hora del tráfico ya ha pasado y quedan pocos autos por las calles, recorro el sitio buscándola. El barrio español es uno de los más antiguos en pie, casi no ha sido tocado. Las casas son de adobe, enlucidas en cal, ventanales de madera o herrería abren sus muros. Lucen a la distancia como los suelos de las zonas mineras, en tonos pálidos que tienden a perderse en la neblina y seguir vivos en la noche.

 

Debe estar por aquí, reviso con la mirada tranquila, como paseante en busca de alguna casa, avanzo lento y titubeante, de cuando en cuando pido indicaciones para disimular. Luce aún casi todos sus palacios originales, los más antiguos de estilo colonial, con decoraciones muy intrincadas y caprichosas, algunos mascarones cubren los claros de los balcones algunos de los cuales son sostenidos por arcos, los más son rectos. Imperan los capiteles corintios en las pilastras, esos grandes adornos de formas vegetales. 

Es la segunda semana en esta ciudad, ni yo me acostumbro a la gente, ni ella a mí. Los externos se notan de inmediato, en las zonas más exclusivas y en los tugurios más descuidados, los parroquianos marcan su distancia. Por lo menos la otra mitad de las casonas son de fachada neoclásica, con portón en forma de templete, poco más bajo para dar espacio al frontón y una terraza sobre la entrada. En contraparte, en estos edificios vemos una decoración más sobria de líneas rectas, que tienden a tener una planta baja de almohadillado y un primer piso con largo ventanales con frisos curvos.

Los palacios y casonas siguen un mismo plan, patio central en torno del cual se instalan las piezas, en el primer patio, las tiendas, despachos, estudios y cocheras; en el primer piso, las habitaciones, salas de estar y salones. Muchas tiene un segundo patio, más pequeño, para el servicio y la cocina, donde solían pernoctar las “chicas” y los peones. Poco ha cambiado desde hace siglos, la gente de los barrios y comunidades siguen trabajando en las grandes casas, aunque la mayoría han cambiado las haciendas por las fábricas.

Las últimas tendencias están representadas en el resto de los edificios, preciosos balcones, ingeniosas molduras, grandes zócalos, decoraciones multicolores en bronce, cerámica, mosaico y cristal. Estas últimas se concentran en la zona comercial, en torno a los portales del barrio, un edificio soberbio que presentan arcadas en todo su contorno. La Plaza Dorada, acumula muchos edificios de lo que los europeos llaman Art Decó, grandes pabellones y el Portal de Mármol, los más de muros blancos con profusos detalles en artesanía.

Ahora cruzo el Cuartel de la Harinera, una zona dedicada a los turistas entre el Barrio Español y el Ágora de la ciudad, aquí se establecen los hoteles, boutiques, galerías, restoranes y cafeterías. Según me indicaron, hace años se reservaron estos edificios, separados del resto, por un pequeño parque que hacía de división y fue ampliado demoliendo dos edificios que se quemaron en 1960, en circunstancias bastante sospechosas.

Precisamente por los hoteles visito estas calles. El esposo está de viaje, la familia disimula no saber, pero me insinuaron, es un sitio que frecuenta, por todo. Pasando las crisis de los noventas, varias familias decidieron refundar sus negocios y complementar su economía promocionando el turismo, aprovechando la belleza de la ciudad, pero limitando discretamente los lugares que los visitantes podrían transitar. El parque sirvió de barrera y se decidió ocupar con cines, grandes tiendas departamentales y otros servicios las cuadras que quedaron más próximas al Ágora.

Ya han pasado más de quince minutos y fingirme perdido más tiempo puede ser riesgoso, así que abro la ventanilla una vez más para preguntar, esta vez, por un estacionamiento. Me indican un lugar sobre la avenida para dejar el coche. Cuando cierro la ventanilla encuentro un rostro con grandes gafas, los cristales cenicientos contrastan con una piel apiñonada y labios. Un gran abrigo cubre su figura, el cabello desordenado delata una peluca puesta con celeridad. El disfraz delata que se esconde. Nadie nota su efigie, pero presiento que la he encontrado.

Abraham Martínez

Toluca, febrero de 2017

José Abraham Martínez Maldonado

 

Productor plástico y académico egresado de la UAEMéx. Maestro en Humanidades. Su trabajo engloba la práctica artística, la escritura y la investigación.
Se desempeña en la docencia del arte, las humanidades y el diseño desde 2008. Gestor e instructor en los Diplomados en Historia del Arte en el CCU “Casa de las Diligencias” desde 2015. Premio Arte Abierto, Arte para todos, 2011. Becario FOCAEM, 2010.

         

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