Karen Rosas Callejas.
Tengo que encontrar comida lo más pronto posible, mi cuerpo ya no podrá seguir si no me alimento. Llevo una semana sin encontrar comida, sólo he tomado agua pero ayer me terminé los últimos sorbos. El susurro de la muerte está cerca.
A lo lejos veo una tienda con un vestido lleno de tierra y polvo. Si tengo suerte, puede que encuentre algo, al menos una migaja de comida. Mi cuerpo actúa por sí solo al momento en el que imagino los manjares que podría haber adentro. Mis piernas corren velozmente, y aunque pensaba que ya no me quedaba energía, ellas actúan como abejas a la miel, en mis ojos aparece una luz de esperanza.
El techo de la tienda esta hecho pedazos en el piso, las paredes sorprendentemente aún están de pie. Quito los escombros y las piedras desesperadamente. Y para mi sorpresa, encuentro una caja de galletas, saco un paquete para asegurarme de que están en buena condición. Parece que aún son comestibles. Esbozo una sonrisa de alivio y añoranza.
Me siento en una esquina de la tienda y mastico desesperadamente el paquete que saqué. La caja contiene los paquetes que a duras penas alcanzan para una semana. También encontré algunas botellas de agua que saciarán a cuenta gotas mi sed. Parece que seguiré viviendo unos días más.
Mientras mastico las galletas, a mi mente vienen millones de recuerdos. Éstas eran las favoritas de mi hermano. Cada vez que íbamos al supermercado él no paraba de pedirles a nuestros padres que le compraran una caja. Y cuando al fin se le daban, él la abrazaba como a su peluche favorito, con una sonrisa de felicidad y emoción en su rostro. Luego, cuando yo estaba en la sala, él venía con las golosinas y un bote de Nutella. -“¿Puedo comer galletas contigo?”- me preguntaba, yo sin dudarlo le decía que sí. Iba a la cocina y servía dos vasos de leche fría. Los ponía en la pequeña mesa que teníamos, agarraba una cobija para que nos calentara y nos sentábamos en el sillón. Tomábamos una galleta y la hundíamos en Nutella. En la tele ponía nuestro programa favorito. Así pasábamos nuestra tarde, juntos comiendo. No puedo olvidar la sonrisa de mi hermano cuando me miraba, era dulce y desbordaba felicidad.
Con todos éstos recuerdos, es imposible contener las lágrimas que corren desenfrenadas por mi rostro, haciendo que las galletas sepan saldas.
Termino el paquete, me limpio las lágrimas. Tomo la caja y las botellas y sigo con mi camino, ahora tengo que encontrar un lugar para descansar en la noche. Mientras camino, pienso en lo mucho que quiero volver a ver a mi hermano, deseo reencontrarme con él lo más pronto posible. La humanidad ha desparecido, las ruinas son lo único que queda del pasado. Pero tengo esperanza, esperanza de encontrar a mi hermanito vivo. He estado a punto de perder la fe en encontrarlo pero cuando recuerdo su sonrisa ésta vuelve a mí.
Quiero hallarlo, escuchar su voz, abrazarlo, pero lo que más quiero es comer junto a él un paquete de galletas para volver a ver mi sonrisa favorita.