abril 24, 2024

El ascenso

El ascenso

Paseo Colón. Diván de historias

La calle empedrada inicia su camino hacia la cima del cerro. En algún momento estas calles quebradas empezaron a vestir el bosque y la roca, siguiendo en su traza las líneas vivas de la tierra. El anhelo de volar impregna también a los seres más pesados que, sabiendo su condición grosera e inmóvil, de todas formas sueñan y se esfuerzan por flotar.
Los insectos y sabandijas, hijos de la roca, fueron los primeros ascendentes de una dorada estirpe a través de la cual, esta madre intenta elevarse más allá de los sueños que detienen la materia. Luego vinieron las aves, los grandes reptiles alados y también los hombres, que tras miles de años de imaginarlo, hoy se preparan para avanzar hacia las luces superiores.
Entre los callejones se detiene, revisa sus bolsillos. Bajo su abrigo se puede ver una camisa larga de tela satinada, hilos de oro la rematan de constelaciones. En el pecho lleva varios amuletos y su turbante esta enjaezado de perlas. Uno de esos hombres que vagan con su riqueza porque han pecado de soñar, de liberar sus deseos voraces, que los han arrojado a los caminos. Un árabe al que de tanto andar y mirar el cielo, los años le han dictado sus decretos.
Hace años, cuando llegó a la ciudad, decidió rentar la casona amarilla, sus muros de adobe y su color ocre le recordaban las dunas entre las que pasó su juventud. El sitio era sólo un lugar de descanso y un marcador para sus cálculos. Incluso los nómadas necesitan un punto fijo en tierra para poder leer la distancia entre estrella y estrella, entre las galaxias y los grandes resplandores.
El edificio le sirve de grada para entender la procesión de león, que inicia el carnero, continúan los peces y alivia la aguatera. Allí contempla la lucha entre las llamas y el veneno, el amoroso odio del granito y la tempestad. Las verdades del desierto y de la montaña son las mismas, pero el ratón y la fiera las entienden de maneras muy diferentes, “De nuevo dos se han encontrado y dos se han separado, lo que el fuego une, la amargura pudre”.
Pocos aprecian el trabajo de un labrador de estrellas, la mayor parte de los hombres son demasiado impacientes para observar los caminos del cielo y aún más para gozar el amor de la tierra que refleja la pasión del infinito. Sólo buscan respuestas sencillas e inmediatas, unos cuantos se detienen a observar la danza de los astros en su propia belleza, sólo por amar la delicadeza de sus movimientos. Pocos quieren conocer en realidad su destino, la mayoría sólo busca la forma de equivocarse, de traicionar su astro y su lugar en la tierra.
El hombre del turbante ha entendido esto de tanto servir reyes y mirarlos consumirse en la guerra, de tanto diagnosticar amores y presentir cómo se arruinarán en la desesperación. “La gente sólo busca la miseria el en mundo”, se repite constantemente. “Pudiendo esplender, prefieren pesar y hundirse”.
El vértice de la casona le ha indicado la unión de los astros, una estrella roja y otra blanca, a medio camino entre Septentrión y Boreas. Un momento oscuro y uránico marca la conjunción, precisamente en la vertical que señala el corazón de la ciudad.
Abraham Martínez
José Abraham Martínez Maldonado
Productor plástico y académico egresado de la Universidad Autónoma del Estado de México. Maestro en Humanidades. Su trabajo engloba la práctica artística, la escritura y la investigación, tiene trabajo publicado como ilustrador y escritor en revistas universitarias y privadas.
Se desempeña en la docencia del arte, las humanidades y el diseño desde 2008. Diseñador en instructor en los Diplomados en Historia del Arte en el CCU “Casa de las Diligencias” desde 2015. Premio Arte Abierto, Arte para todos, 2011. Becario FOCAEM, 2010.

         

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