Por Toño Garcia.
Hay muchas interpretaciones históricas de este día consecuencia de la fusión entre una cultura occidental y diversas cosmovisiones indígenas consecuencia de la diversidad de pueblos que encontraron los Españoles al llegar a México.
El culto a la muerte es quizá el reconocimiento y la aceptación de la vida y la muerte en eterno equilibrio donde esta dualidad depende una de otra para desarrollar la vida en todas sus manifestaciones existenciales y materiales.
La muerte de cualquier ser u objeto vivo representa su regreso a la tierra donde vivió y por consecuencia su muerte nutre a esta tierra para dar vida a otro ser u objeto vivo.
Este principio para las diferentes etnias que componen el país es motivo de alegría, no de luto, y agradecimiento que se convierte en ofrenda donde se colocan todos frutos u semillas recolectados en la tierra que es quien nos alimenta en vida y se ofrecen al ser, en agradecimiento, que con su muerte alimento a la tierra.
Para cumplir esta dualidad del ser humano dependemos de la mujer, pues ella es el vientre que da vida al nuevo ser, de aquí surge el culto a la diosa Tonantzin, madre de la dualidad, de la vida y la muerte. Por cierto su altar de adoración destruido y su destrucción fue fundamental para lograr la conquista espiritual del pueblo de México al ser suplantada por la virgen de Guadalupe.
Independientemente del relato tenemos que reconocer que la mujer en México cumple una función de protectora en todo sentido no solo desde el punto de vista indígena también hoy día en nuestro núcleo social, la familia, por el simple hecho de cuidarnos en vida desde que somos indefensos alimentándonos desde su propio ser.
Recordando al ser querido, con una ofrenda de frutos, legumbres, semillas, yolixpa, pulque, agua ardiente, fuego, incienso u algún platillo propio de cada región con alegría y nostalgia recordamos a los que se fueron no sé si al Mictlan o a la vida eterna pero esta tradición es nuestra es única y es un legado de México para el mundo.
