Gerona, crónicas del disimulo
Abraham Martínez
Un viento de final de otoño, fuerte y húmedo, agita su ropa. Los autos esconden las palabras que la gente dice, es la hora en que se vacían las oficinas y se llenan los bares, los restoranes y los cines. Hay una vorágine fuera y entre ellos. Es fin de año, época de encuentros y despedidas, un tiempo que siempre le incomoda por la etiqueta de las fiestas y los “formalismos” que invaden el ambiente, el mismo frío, las mismas dedicatorias, los mismos aromas.
Es mucho lo que ella le agita, algo nuevo y que, presiente, no resistirá y le cambiará la vida. No quiere pensar, pero se mantiene alerta, se siente y se sabe vigilado, más que el miedo, le invade el sinsentido de estar y no ser, de entregarse y no estar. De pronto se siente como traidor, como quien ha fallado la confianza dada; sin embargo, justifica sus discreciones en la evasión del escándalo, además, en la posibilidad que algo pueda ocurrirle a ella.
Estuvieron, como en todas sus visitas, algún tiempo en la librería, él intentando guardar la cordura entre lo que tenía que hacer, lo que iba a decir y las consideraciones que le obligaba guardar una presencia tan querida. Por los menos habían sido dos los meses en que comenzaron a frecuentarse con más familiaridad, en que se acercaba y rompía sus propias distancias para tenerla consigo. Meses en que el trabajo había sido desplazado y sólo hablaban de los dos, meses de planes, de salidas, de alegría y juegos, que hoy terminaban.
La abraza y en ese momento regresa a ese día antes de llegar a San Fermín. En el camino pasaron por los abarrotes y encontraron allí a la familia, la señora Ximenes los saludó a distancia, detrás de ella, con el semblante bajo, una de las hermanas, un presentimiento le invadió allí, pero se sobrepuso y decidió mantenerse firme en su resolución.
Arribaron al café cerca de mediodía, el sol caía con toda su fuerza sobre el andador, pero se cortaba en el umbral de la ventana. Una luz suave y difuminada entraba a la habitación que él había reservado y modelaba su piel blanquecina, los ojos oscurísimos de ella. Ya no se sentaba más frente a él, sino a su derecha, a un costado para que pudieran entrecruzar sus piernas y tocar sus manos.
Su mirada era más tierna y parpadeaba con suavidad, hablaba con una voz más baja para cerrar el espacio. Parecía que eran menos que dos, o eso creía. Platicaron de los pendientes, de sus compromisos, de sus ideas. Conforme avanzó la tarde pidieron algo ligero, pero seguían envolviéndose en las palabras. Sabiendo que tenían que despedirse –era su cumpleaños y la familia tenía compromisos-, se decidió a hablar.
La estrechó y acercó su rostro al de ella, lo que iba a ser una palabra al oído se convirtió en un largo beso. Allí se perdió, lo que dijo mucho después le pareció evasivo y confuso. Sus deseos guiaron su declaración, todo lo que había pensado se borró, pero sintió que aún en la más perfecta confusión, por primera vez hablaba con plena confianza, lo dijo todo, aun exagerando, pero entregado por primera vez al momento, a la situación, a la persona, a esa mirada castaña que ya no podía ignorar. Así varios minutos, ella no lo rechazó.
Ahora la abraza y se abrasa, ya no puede darse más tiempo para pensar, menos para esperar. Se ha dado cuenta que su teléfono está intervenido, que han entrado a su cuenta, que siguen sus pasos. Sabe quién la vigila, le ha marcado a su teléfono y le ha escrito. Si aún hay dudas de parte de ella, prefiere terminar sus encuentros antes que lamentar lo que puedan hacerle. Le ha dicho, pero ella parece no creerle, es una situación de alerta a la que no puede hacer frente a menos que ella decida seguirlo, y no la ve convencida.
La estrecha fuertemente, la besa y le desea lo mejor. Quizá después puedan reencontrarse, entonces no habrán más contratiempos ni peligros, entonces él será más fuerte y ella, más libre. Por mientras, lo único que le explica es que tiene que irse de Gerona y que no sería justo proponerle esperarlo. Que todo se compondrá y ella estará bien, su familia le apoya, su carrera empieza, su corazón está abierto. Para él es hora de irse.
Abraham Martínez
Toluca, febrero de 2017
José Abraham Martínez Maldonado
Productor plástico y académico egresado de la UAEMéx. Maestro en Humanidades. Su trabajo engloba la práctica artística, la escritura y la investigación.
Se desempeña en la docencia del arte, las humanidades y el diseño desde 2008. Gestor e instructor en los Diplomados en Historia del Arte en el CCU “Casa de las Diligencias” desde 2015. Premio Arte Abierto, Arte para todos, 2011. Becario FOCAEM, 2010.